Nuestro reflejo contra los cristales de la ventana.
Por un momento la sangre recuerda que es parte sal
y de esa sal que corroe lentamente el cuerpo.
La marea se hunde en nuestro pecho y cava en sus costados.
Por un momento es el mar tomando la carne; ese soplo de aires apagado.
Algo apenas flota en la superficie.
Acercándose poco a poco.
La ventana. Las cosas fuera.
Este naufragio casi propio.
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