miércoles, 27 de mayo de 2009

Cuantos perros mueren en la carretera

Hoy he atropellado un perro con mi automóvil.
Ni siquiera he frenado cuando la manivela
se estremeció discretamente.
A ciento treinta kilómetros por hora
es difícil percatarse que un gran Siberian Husky
cruza la autopista como si fuera su jardín.
He mirado por el retrovisor su cadáver:
ese reflejo blanco al cual los otros conductores
esquivaban con precaución,
esa sensación de perder la inocencia
y perder el miedo
a repetir tal acto.

¿Por qué haces esto abuela?
Yo no me detendría en la carretera,
ni esperaría a que su dueño
me viera cargalo hasta su puerta
con la camisa de trabajo manchada de sangre.
Abuela, te has equivocado de nuevo.
Ahora es imposible el remordimiento.
¿Crees que si soy un asesino
me vas a extrañar menos?
Abuela, lo has imaginado todo.
Lo único cierto
es ese frasco de pastillas
que pagan los impuestos públicos
y que vas a consumir
contra las indicaciones del psiquiatra;

como si fuera la primera vez
que quisieras matar
ha alguien.