lunes, 16 de noviembre de 2009

Ocean view

El ruido de mi propio dolor se escucha
igual que el mar.
Así revienta contra la arena
y arrastra las piedras que no se
disuelven en el agua salada.
Así ahoga las bocas de los animales
que callan pero se quedan
con su grito oscuro, su mueca interminable.
El ruido del dolor se deshace en ecos
cuando cierro las manos
y aprieto los dientes.
Así se hunden los barcos lentamente
sin saber nunca lo que es mirar la costa;
las corrientes marítimas siempre
arrastran los restos.
El mar es a veces incomprensible
como mi dolor, y solo se entiende con la bulla,
las grandes catástrofes
y las heridas que arden al sumergirse con el ocaso.
El ruido de mi propio dolor se escucha
igual que el mar,
que no tiene forma ni sitio
ni manera de callarlo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Naufragio

En el nosotros siempre hay algo que sobra;
cinco cuerpos enterrados en la deriva
azules como pomadas para el dolor de torso.
Como un grito en el deshielo
no entramos nunca de ese modo,
porque a veces para mantenerse a flote
una parte del cuerpo
tiene que estar más cerca del cielo
que las otras.

Nenia

Esto hacemos con el mar en la frente;
como peces flotamos en el aire pensando
que somos de aire. Cada bocaza es una
señal de humo. El agua es una sombra apenas,
sus sal un recuerdo de lo que perdemos.
Esto hacemos con la lluvia
sobre nuestros brazos; como sombrillas
lloramos sin estar verdaderamente húmedos.
Somos utensilios para esquivar la tristeza.
Una lágrima es el océano que se derrite
en el ojo derecho.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Involución

Mis manos no tiemblan,
se mecen sin explicación propia.
Se incomodan cada segundo
por el paso del aire entre los dedos.
Mis manos son hechas de una sal antigua,
una sal que quiere regresar
al lugar de su procedencia.
Yo sé que a ustedes les preocupan
esas manchas que dejo:
mi paso por el mundo
siempre ha dejado una marca.
Mis manos pálidas,
mis manos que arden
como aletas secas por las noches,
mis manos entumecidas
por el paso de los años.

Mis manos no tiemblan,
solas se están adaptando
a la presión del agua.

martes, 10 de noviembre de 2009

La lluvia de todos los mares

La abuela tiembla en cada rayo
bajo su cuero cabelludo.
No le parece gracioso que su memoria
esté llena de lluvia; ahora no le
posible otro paisaje. Su época
es la de un puerto construyéndose a sí mismo.
En las ventanas el nivel del agua sube,
convierte su casa en una pecera.
Mientras gritan en los otros cuartos,
la abuela se desnuda para sacudirse las aletas.
Sumergida deja de escuchar los relámpagos
contra la superficie del mar.

Mar por dentro

El mar no tiene abismos. Solo olas
que se devuelven desde su centro
hasta provocar que la tierra desaparezca.
El mar no tiene abismos porque no sabe
nada de la muerte.
Los cuerpos que flotan en la corriente son
tragados por el silencio, el frio
de los brazos vencidos, las bocas calladas.
Los peces mueren porque el mar
confunde el amor con las piedras,
los esqueletos con los arrecifes de la costa.
El mar no tiene abismos porque canta,
porque su idioma no concuerda con el idioma
del hombre.
Donde es más azul y más saladas sus aguas
se siente como un llanto
las burbujas de los seres submarinos.
Y sin embargo eso significa vida
y significa que las bestias se devoran
sus propias entrañas.
El mar no tiene abismos porque
el mar no tiene fin.
El mar es lo más parecido a un útero
deshaciéndose de sí mismo.