De todas las cosas que hemos perdido,
solo nos duelen las que no tienen nombre.
Las que cuentan con latido propio
y se incorporan desde la piel
en nuestros malos días.
Las cosas que año a año
nos dejan ciegos,
a tientas entre la gente
rozándonos la ropa y las sombrillas.
Nos encontramos inmóviles
ante el gesto de un desconocido
sin querer el por qué
de ese ardor en la boca del estomago.
Así dejamos que su peso
arrastre con nosotros.
La espalda se dobla,
el pecho se hunde y olvidamos
nuestro propio nombre;
el dolor también se apaga.
Esto nos hace parte de todo
lo que se ha perdido.
Me gustó. Un eco de "el arte de perder no es tan difícil de dominar", de Bishop.
ResponderEliminarSaludos